Mirara hacia dónde mirara todo era verde. Árboles pequeños o matas altas, ninguna de las plantas que formaban la flora habían sido vistas por estos ojos. Ninguna existe en Europa, solo existen en este continente. Escuchábamos “Feeling good”, Nina Simone se sentía muy bien, cantaba:
“oh! Birds flying high, You know how I feel!,
Oh! Sun in the sky, you know how I feel!
Oh! Blossom on the tree, you know how I feel!
… and I am feeling good!!!”
Incluso quise que pasara el tiempo rápidamente para poder recordar esto en el futuro. Los recuerdos son siempre mejor que el momento vivido. Ese delicado mecanismo de nuestra mente proporciona una felicidad nunca antes saboreada. Me sentía como un rey. No necesitaba reino. No necesitaba nada. De hecho, me sentía tan bien porque la abundancia que hacían a mis sentidos ronronear carecía de necesidad alguna. La nada verde y azul ya proporcionaba el todo.
Fueron tres horas largas recorriendo los carriles ondulados del parque natural Fitzgerald, situado entre Albany y Esperance. Le tocaba conducir a María, seguíamos viajando a unos quince kilómetros por hora, pues la superficie por la que se deslizaba la furgoneta no dejaba avanzar más rápido. Si pasas el dedo por una patata frita ondulada tendrás la misma sensación que tuvo nuestro vehículo durante ese trayecto por la naturaleza salvaje. Y si imaginas ser los hielos de un bloody mary bien cockteleado sabrás como se sentían las células de nuestros cuerpos. Levanté la cabeza, antes centrada en el móvil en el que torpemente, debido a los vaivenes, escribía estas líneas. Es tiempo de seguir disfrutando perdido en la inmensidad verde y azul.
Al día siguiente llegamos a Esperance. Nada hay realmente excitante en las pequeñas ciudades del suroeste, lo interesante esperaba a las afueras: “Cape Le Grand National Park”. Llegamos al camping de mañana, era viernes de final de verano y había que estar rápido si se quería dormir dentro del parque. Hay dos campings y no fue hasta en el segundo, llamado “Lucky Bay”, en el que pudimos celebrar que uno de los pocos sitios que quedaban era nuestro. Lucky Bay significa bahía suertuda, y lo era. El agua de la playa turquesa, una arena blanca que crujía bajo nuestros pies produciendo dentera a María, espesura verde tras la playa y en las esquinas de la bahía enormes formaciones rocosas se erigían cual torres vigía para, una vez su pico conquistado, hacerte los ojos redondos, los pulmones inflados y la esperanza en la naturaleza curar heridas creadas por la humanidad.
Tras asentarnos en el camping, María y yo nos dispusimos a caminar para disfrutar la belleza del entorno. Hacía mucho calor, así que decidimos caminar toda la playa hasta las pequeñas calas que se intuían medio borrosas al final. Una vez allí, me despojé de toda la ropa y disfruté del color espectacular del agua fría del océano del sur, como aquí lo llaman. Tras bañarme, mientras María seguía en el agua, embelesado mirando en rededor sobre la orilla, me atacó una abeja. Comencé a hacer aspavientos, brincando, dando manotazos, corriendo unos metros en distintas direcciones, cualquiera hubiera dicho que bailaba una danza africana. Salí corriendo hacia el agua, me zambullí, la abeja seguía amenazándome, no sé qué le había hecho yo… pero debió ser algo muy malo. Ahora estaba cerca de María y la abeja nos atacaba a los dos así que ahora éramos dos bailando danza africana. Duró unos minutos, hasta que el animalito pensó que ya habíamos hecho suficiente ejercicio.
No fue la única experiencia con animales ese día. Poco después de la abeja asesina buscábamos lugar para tomar el sol en otra parte de la playa. Esta playa es territorio de canguros, allí vienen a tomar el sol y relajarse, adoptando posturas dignas de revistas o de Ana Obregón en la llegada de la temporada estival. La situación es graciosa, vimos a un par de marsupiales acompañando a una pareja que descansaba bajo su toldo. En muchas playas está permitido el acceso con los coches todoterreno y los australianos están muy preparados para ir de camping. De hecho, casi todos tienen un toldo en el lateral de su coche, de forma que al llegar a la playa solo tienen que extenderlo para pasar el día en un lugar verdaderamente bello. Pues allí, como si fueran amigos, llegaron dos canguros y se acostaron junto a la señora, que miraba alrededor sin saber muy bien que ocurría. Lo único que pasaba era que estos canguros están acostumbrados a las personas, y solo querían compartir la sombra y pasar el rato. La mujer nos miró, y ante nuestra sonrisa solo pudo encogerse de hombros y algo resignada compartir su espacio de sombra con los animales, tendidos sobre la arena confortablemente.
Tras esta inusual estampa, nos sentamos en la arena, y al poco, otro canguro vino a visitarnos. Había gente persiguiendo canguros, intentando hacerse una foto original con ellos, y estos los ignoraban. ¿Por qué este canguro vino justo hasta nosotros, casi a sentarse encima de nuestras piernas? A los pocos minutos nos dimos cuenta, el canguro comenzó a olerme el brazo y a lamerlo. Usamos una crema de protección solar natural, a base de aceite de coco, aceite de semillas de zanahoria, lavanda y alguna hierba más, ¡al canguro le encantaba nuestra crema! No tuvimos que movernos para hacernos todas las fotos que quisiéramos con él.
Cape Le Grand National Park tiene muchos puntos de interés, naturaleza bella, salvaje pero accesible. Subimos un pequeño pico que prometía vistas insuperables, “frenchman point”. En medio de la llanura verde, este pico no resultaba de extraordinaria altura, pero la subida iba a ser bien empinada. Valió la pena, casi en lo más alto, dos cuevas, una que atravesada completamente el montecito nos dio resguardo del sol y unas vistas inmejorables. Una vez en lo más alto, solo quedaba disfrutar de los colores, dejar que una vez más, la piel se tersara.
Pronto os contaré más, ahora va siendo hora de inspeccionar un río en otro parque nacional.
No quiero escribirte cartas muy largas, pero a modo de despedida por ahora, voy a contarte algunas cosas que he descubierto en los trayectos rodando sobre la carretera. Y es que cuando uno tiene los sentidos abiertos a la conciencia se da cuenta de cosas. Por ejemplo que los loros jamaicanos, como llamamos María y yo a los loros cuyos colores son los de la bandera de la isla caribeña. Habitan los alrededores de Esperance a cientos, pero no les gusta la costa, no habitan en ella. O que ya en vida, rodeado por un coro de ángeles, Enrique Morente cantaba la Leyenda del Tiempo de García Lorca desde los cielos. O que puedo dirigir una orquesta ficticia para Las Cuatro Estaciones de Vivaldi desde el asiento del copiloto, y que esto hace a la rubia que conduce reírse hasta llorar. Y también me di cuenta de que me queda mucho por contar. Hasta pronto.